Muchos de ustedes, amables lectores, me pidieron que escribiese sobre temas elegidos entre las consultas que me hacían. Hasta ahora lo he hecho sobre la agresividad, el exceso de cariño, los problemas en el comportamiento trófico y, en definitiva, sobre lo que realmente les preocupa; la convivencia con el granuja de Truco.
Si ustedes han seguido los consejos que les he dado durante esta serie de artículos, supongo que a estas alturas el buen Truco o la bondadosa Kika serán un modelo de educación, de convivencia ínter específica e incluso un miembro más de la familia humana.
El problema surge cuando ese miembro, aparte de considerarse perro, toma las atribuciones propias de un ser humano adulto y exige unas comodidades que a muchos les parecen inadecuadas para un animal.
Me estoy refiriendo a esas “concesiones” que les otorgamos, a esas concesiones de las que casi nadie habla, a esas concesiones que ocultamos a los amigos por aquello del ¿Qué dirán?
Truco y el sofá
Es un tremendo placer el recostarse en nuestro diván favorito cuando, en las noches de invierno y después de una larga jornada de trabajo, terminamos de cenar y nos entretenemos viendo un tedioso programa televisivo.
Al bueno de Truco también le gusta esa sana expansión y, por supuesto, la reclama ante nuestra fácil y quebradiza voluntad. Soy consciente de que la mayor parte de ustedes practican el noble deporte de sofá & perro y lo afirmo basándome en la estadística de consultas referidas al tema.
Lo que nunca les he contado es que mis Pastores alemanes, en complicidad con mi hija y esposa también lo practican y, si yo no juego también es porque tengo la costumbre de recostarme en una mecedora en la que no cabe un hombre de mi envergadura y una bestia como Roco.
Pero el problema es que la consulta en cuestión no reza por el placer del deporte referido, sino por algunas situaciones que se originan cuando el animal se tiende a sus anchas, se duerme, intenta echarnos y luego no quiere bajarse. Algunos hasta les da agresivo el despertar y enseñan los dientes a sus hospitalarios anfitriones.
Ustedes ya saben por qué se atreven a exhibir esta mala educación y no necesito recordarles que si Truco está bien jerarquizado, subirá cuando se le permita y bajará cuando se le ordene… ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Me comentaba un matrimonio que su perro Malamute de tres años, se había hecho fuerte en el mejor sofá de su cuarto de estar y que habían optado por instalar otro en la misma habitación.
La secuencia era la siguiente; el matrimonio se apretaba para ver la televisión mientras “el señorito” se repantigaba en todo un sofá pero… ¡Que a nadie se le ocurriera rechistarle! ¡Podía ser hasta atacado por el insolente animal!
Un día de invierno fui a visitarlos y sin darme cuenta, me senté en el “sofá prohibido”. Antes de darme cuenta me encontré con el animal a mi lado, cabeza con cabeza y gruñido en la cara. Mi reacción fue tan espontánea como insensata; golpeé a la mala bestia con el puño cerrado y entre los dos ojos. El pobre animal cayó al suelo, gimió y lentamente abandonó la habitación.
Aquella reacción mía fue totalmente instintiva, desafortunada y peligrosa, pero tremendamente efectiva. Mis amigos pusieron mala cara por el estacazo que suministré a su “niñito” y no tuve más remedio que pedir perdón por darle al perro el primer puñetazo de su vida.
Pasados unos quince días, y presumiendo que ya había sido perdonado por mi instintiva felonía, volví a visitar a mis amigos. El avezado Malamute, me organizó un recibimiento lleno de ladridos de amenaza, conductas ambivalentes y ataques fingidos pero, eso sí, desde la valla.
Cuando franqueé la puerta del chalet me concentré en besar a la anfitriona, estrechar la mano del dueño e ignorar olímpicamente los gruñidos amenazadores del animal.
Una vez en la famosa sala de estar, me senté justamente en el sofá de los conflictos pero, esta vez a consciente de lo que hacía. Mis amigos se miraron entre sí sin tratar de impedirlo y la reacción esperada por mí, se produjo.
El viejo zorro se acercó sigilosamente mientras hablábamos, me rozó la mano con la trufa y se echó a mis pies en el suelo. Sus sorprendidos dueños me contaron como se mantenía la conducta de dominancia del perro hacia ellos y se extrañaron que el animal no me amenazase en esta ocasión.
Después de un rato de tertulia, y de forma imprevista, palmeé el sofá y ayudé al perro a subirse en él permaneciendo a mi lado. El animalito se enroscó en un extremo, suspiró profundamente y se durmió. Al cabo de un buen rato, lo tomé del collar, le ordené ¡Abajo! y lo acaricié. Bajó con prestancia y volvió a enroscarse a mis pies hasta que la visita tocó a su fin.
¿Todo eso se ha conseguido con un mamporro? ¿Hay que entender de Etología para darle al perro tamaño estacazo? Los dueños se miraban entre ellos y a mí de reojo.
“Mira, Carlos, el perro sube al sofá porque tú quieres que lo haga y no se baja porque, desde pequeño, le has consentido que gane “batallitas” a vuestra costa. Ahora bien, si vosotros estáis conformes con sentaros en otra parte para que Danko elija sitio, adelante”.
Ha pasado tiempo y el tirano sigue haciendo de las suyas, los dueños no hacen nada por impedirlo y es que… ¡Sarna con gusto, no pica!