Desde hace siglos se conoce la capacidad terapéutica de los animales, pero es recién en el siglo XX que se populariza esta fascinante práctica.
¿Quien no ha oído hablar de los múltiples papeles que juegan los perros en la sociedad? Todos nosotros, de una forma u otra, hemos visto a perros especializados en detectar droga o perros adiestrados en detectar personas enterradas en catástrofes. Sin ir muy lejos, en NewYork y Washington, en los atentados terroristas de las torres gemelas y del Pentágono.
Seguramente también hemos visto a perros actores en alguna de las muchas películas en las que han intervenido. Y por su puesto todo el mundo conoce a los perros cazadores, a los perros de defensa y al perro del vecino, que se empeña en no dejarnos entrar en lo que él considera su terreno.
Todos esos perros y muchos más están presentes constantemente en nuestras vidas, y para nosotros son algo cotidiano. En los últimos tiempos, los medios de comunicación se hicieron eco de perros que, por la irresponsabilidad de sus dueños, produjeron heridas e incluso mataron algunas personas y por un tiempo parecía que los perros eran un peligro público, que se habían vuelto contra los humanos y todos fueron sospechosos para las personas que nunca han podido disfrutar de la compañía de uno de ellos. Pero el perro como especie lleva miles de años junto al hombre, y siempre le ha acompañado y ayudado en múltiples tareas, y quizá la menos conocidas por la gente sea su faceta de terapeuta.
Si, porque los perros y igual que otros animales, como el gato o el caballo, realizan desde hace muchos años también una labor sanitaria importante, y no me refiero sólo a los perros que sirven de lazarillo a personas invidentes, a las cuales ayudan en sus desplazamientos a través de calles, avisándoles de obstáculos y alejándoles de cualquier peligro potencial para su seguridad, ni a los que ayudan de forma determinante a enfermos de Parkinson, sirviéndoles de apoyo físico cuando pierden el equilibrio o avisándoles cuando se desestabilizan para que no se caigan.
Me refiero a todos esos perros que de una forma u otra colaboran en terapias destinadas a mejorar las condiciones motrices o psicológicas de personas discapacitadas, solitarias, enfermas o inadaptadas socialmente.
Esos perros de los que tenemos pocas noticias pero que día tras día, entregan todo su afecto, a miles de niños o adultos con Parálisis Cerebral, Síndrome de Down, Autismo, personas mayores que pasan sus días en las residencias u hospitales, sin más compañía que su amigo peludo, a los que alegran durante unas horas la monotonía de los pacientes de los centros oncológicos y les ofrecen un rayo de esperanza y les arrancan una sonrisa. Toda una serie de perros que desarrollan una labor callada y que pocas veces es objeto de atención por el gran público.
Esos perros que no tienen grandes adiestramientos, salvo el de acompañar, escuchar y dar cariño sin pedir nada a cambio. Perros educados desde cachorros a disfrutar con la compañía humana. A estos amigos se les enseña a pasar casi inadvertidos, a estar pendientes de quien les acompaña. Cada día son más en España los perros que se dedican a este trabajo, con resultados verdaderamente sorprendentes.
Estas formas de terapia no se hacen improvisadamente, requieren de todo un trabajo y una preparación minuciosa, tanto por parte de los perros, como de los adiestradores y monitores que los manejan. En el mundo de las discapacidades, cada afectado es diferente, tiene sus síntomas y sus necesidades psicológicas y por ellos es necesario evaluar y establecer un plan de trabajo especifico para cada uno.
Algunas personas necesitan potenciar y facilitar el desarrollo de ciertas conductas, otras pueden necesitar actuaciones de naturaleza física, y muchas veces es un conjunto de todas ellas. Como dijeron los doctores Katcher y Beck “…diferenciar la utilización psicoterapéutica de los animales de la utilización protésica, no quiere decir que un ciego que puede moverse independientemente gracias a la asistencia de su perro lazarillo, no experimente una mejoría en su estado emocional o, incluso la desaparición de los síntomas de depresión o de angustia”
Se ha podido comprobar que la presencia de un perro con personas de edad avanzada ayuda a controlar la tensión arterial, mejora la depresión y la angustia, y disminuye las posibilidades de riesgos coronarios. También se emplean perros en centros penitenciarios, donde su atención y cuidados resulta muy positivo en la labor de reeducación social de los internos.
Los perros, al igual que las personas, cada uno tiene su carácter y su propia personalidad, y por tanto debemos seleccionar el ejemplar adecuado para cada caso, asegurándonos que se integrará adecuadamente con el programa de trabajo.
La raza no es determinante, aunque algunas puedan ser más adecuadas que otras, pero factores como el tamaño y el peso sí pueden ser importantes. También los perros indefinidos, cruzados y sin raza especifica en la que encuadrarlos, juegan este papel, un chucho adecuado puede ser tan efectivo como cualquier perro con un gran pedigrí.
Algunos beneficios que pueden aportar un perro:
- Acompañamiento
- Apoyo afectivo
- Mejora de la socialización
- Apoyo emocional
- Estimula la comunicación
- Reduce la ansiedad y el estrés
- Mejora el estado psicosocial
Un nuevo aspecto de los perros se descubre en su asistencia terapéutica, además de la gran cantidad de actividades y espacios en los que colaboran con los hombres, los perros se suman también al mundo de la salud y se muestran como grandes asistentes en él.
Todavía queda mucho camino que recorrer y en él nos seguiremos sorprendiendo con la gran cantidad de posibilidades que todavía nos pueden deparar los perros en como terapeutas.
Bibliografía:
Katcher, A.H. y Beck A.M. “New perspective on our lives with companion animals”. The University of Pennsylvania Press. 1983
Ruckert, J. “The Four-Footed Thepapist” 1987
Levison, B.M. “Pet Oriented Child psychotherapy“. Boris M. Levison, Ph. D., 1969