“Moro” era un perro de color negro que nadie sabe bien cómo llegó a Fernán Núñez, un pueblo Andaluz cercano a Córdoba (España), a principios de la década de 1970.
Algunos sostienen que su dueño murió y el perro quedó vagabundo por el pueblo.
Sin saber por qué el animal empezó a tener una extraña conducta que a unos maravillaba y a otros daba escalofríos: “Moro” iba a todos los entierros del pueblo, se sentaba junto a la casa donde estaba el difunto y después acompañaba a la comitiva fúnebre hasta el cementerio.
Al poco tiempo comenzó la leyenda de el perro de los entierros, se decía que parecía conocer el destino de aquellas personas que iban a fallecer.
Su percepción sobre los hechos luctuosos llegaba a tal extremo que cuando trasladaban a algún fallecido al pueblo, procedente de otro lugar, esperaba al coche fúnebre a la entrada del casco urbano
Algunos lugareños le temían y en dos ocasiones fue subido por la fuerza a vehículos para alejarlo del pueblo, pero al cabo de un tiempo “Moro” aparecía nuevamente por sus calles.
Cuando la muerte estaba próxima para alguno de los habitantes de la villa, el perro se acercaba a su puerta y permanecía allí.
La leyenda llegó a los medios de comunicación, y hasta se hizo bastante famoso en Alemania, ya que la televisión de aquel país realizó un reportaje sobre él, atribuyendo al perro supuestos poderes sobrenaturales.
El pobre animal tuvo un trágico fin una noche de 1983, cuando una pandilla de jóvenes alcoholizados lo apalearon hasta darle muerte.
En abril de 1995 el Ayuntamiento de Fernán Núñez colocó la estatua en la entrada del parque Llano de las Fuentes, reflejando la tristeza, la paz y la bondad de un animal que ha entrado por mérito propio en el mundo de la leyenda.
Un escritor alemán, cuando supo del triste final de Moro le dedicó unos versos en castellano.
Era “Moro” un perro negro de fiel mansedumbre,
que como otro vecino más acudía a los sepelios
sin que nadie supiera explicar tan rara costumbre.Can de estirpe vagabunda las calles recorría
esperando que una mano amiga saciara su hambre
o solo buscando el calor de la humana compañía.Alguna gente del pueblo con miedo lo observaba
temerosa de que su humilde presencia perruna
fuera una señal ceniza de que la muerte acechaba.Pero otros más caritativos y menos temerosos
lo acariciaban allá donde se lo encontraran,
y él, dando las gracias, el rabo meneaba dichoso.Pasó tiempo y a todo el mundo llegaron noticias
de su singular hábito que repetía con empeño,
y por el que a medias recibía patadas y caricias.Se hicieron eco de lo que hacía aquel perro
los periódicos, la radio y hasta las televisiones,
dando Moro, sin querer, fama a aquel anónimo pueblo.Los mismos que antaño con desprecio lo pateaban
presumían con descaro de aquel extraño suceso
y de querer mucho a “Moro”, ufanos se jactaban.Todo acabó una noche para aquel prodigio perruno,
pues un grupo de cobardes vilmente lo acecharon
y a palos le dieron muerte sin motivo ninguno.A las afueras del pueblo quedó moribundo el perro
y hasta aquel lugar se acercaron muchos vecinos
para despedirse de “Moro”, el perro de los entierros.
Video reportaje sobre “Moro”
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