- 03 Feb 2013, 12:12
#8622978
Osease que pueden suspender y cerrar el tráfico de las estaciones para que la gente no se acerque a Genova a protestar pero no pueden hacer lo mismo por una pobre perra.
Os copio lo que me han contestado y una carta de Perez Reverte, para quien, aún, no la haya leido.
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Madrid, 3 de Febrero de 2013.
Estimado/a Señor/a:
En relación a su reclamación sobre el perro que apareció en nuestras instalaciones, le comunicamos que desde que Metro de Madrid tuvo conocimiento del hecho, intentó rescatar con todos los medios a su alcance al animal para que no sufriera daño alguno.
Para ello, se ralentizó la velocidad de los trenes en algunos tramos de la línea 6, se llamó al servicio de recogida de animales del Ayuntamiento y a la policía.
Además, personal autorizado de Metro de Madrid, así como una protectora de animales, bajaron a las vías con intención de localizarle y proceder a su rescate.
Lamentablemente, los intentos anteriormente descritos no fueron suficientes ya que el sábado apareció sin vida.
Una vez más queremos señalar que la intención de Metro de Madrid desde el primer momento fue el rescate, sintiendo la citada pérdida.
Sin otro particular, reciba un cordial saludo.
ATENCIÓN AL CLIENTE,
METRO DE MADRID, S.A.

Uploaded with ImageShack.us
Arturo Pérez-Reverte
“ERA SÓLO UNA PERRA”
(Mañana domingo en “XL Semanal”, suplemento de decenas de diarios)
Era sólo una perra. Una galga flaca y asustada, como las que ahorcan algunos cazadores cuando ya son viejas e inútiles, con tal de ahorrarse un cartucho. Cuatro días estuvo correteando por los túneles del Metro de Madrid sin encontrar la salida. La vieron conductores, vigilantes y viajeros. Fue grabada en video corriendo despavorida por las vías, de túnel en túnel, huyendo de los trenes que pasaban a toda velocidad. Cuatro días de oscuridad, aturdimiento, soledad y angustia. De miedo atroz. Anoche vi uno de esos videos en Internet y me levanté de la silla con una desolación y una mala leche insoportables. Por esto tecleo estas líneas, ahora. Para desahogar mi tristeza y mi frustración. Mi rabia. Para ciscarme por escrito en los responsables del Metro de Madrid y en la puta que los parió.
La galga abandonada fue vista un jueves vagando por los túneles. Corría aterrada por el estruendo de los trenes, esquivándolos en la oscuridad. Al comprobar que el personal del Metro no hacía nada para rescatarla, algunos viajeros avisaron a asociaciones de protección animal, que pidieron permiso para actuar. Ya ocurrió algo semejante en Barcelona, cuando para salvar a un perro perdido en el Metro se detuvo el servicio tres horas, en un rescate en el que participaron bomberos, guardias urbanos y empleados de la perrera municipal. En Madrid, sin embargo, los responsables del transporte subterráneo se negaron a intervenir. Sólo dieron largas: se ocupaban de ello, la galga se la habían llevado a una protectora de animales, ya no estaba estaba en las vías, etcétera. Enrocada con su estúpida indiferencia, la empresa municipal rechazó todas las propuestas: jaulas trampa puestas en los huecos de los túneles o los andenes, unos minutos de parada de trenes para actuar con escopeta de dardos narcóticos. Nada de nada. Nosotros nos ocupamos, repetían. Y punto.
Pero mentían. Nadie se ocupaba de nada. La perra entró en los túneles un miércoles. Dos días después, al ser vista entre las estaciones de Sainz de Baranda e Ibiza –corría asustada bajo el andén, huyendo del tren que venía detrás-, seis asociaciones de defensa animal pidieron al Metro permiso para bajar a las vías y rescatarla. La empresa negó el permiso. El sábado a las 7 de la tarde en la estación de Sáinz de Baranda, un conductor dijo que había visto al animal tirado junto a la vía, en el túnel, a ciento cincuenta metros del andén. Rogaron los activistas que alguien bajara a la vía para ver si la perra seguía con vida, pero se les negó. Pidieron que se detuvieran los trenes durante unos minutos para proceder ellos mismos al rescate, y también se les negó. Mientras tanto, el andén se llenó de vigilantes, encargados de controlar a los miembros de las asociaciones protectoras. `Vaya follón –oí decir a uno en el vídeo de Internet- va a montar el puto perro.”
Hartas de aquello, dos mujeres, Irene Mollá, de la asociación Más Vida, y Matilde Cubillo, de Justicia Animal, decidieron echarle ovarios. Mediaban 18 minutos entre el paso de cada tren, así que saltaron a las vías desoyendo las órdenes del jefe de Seguridad del Metro, para internarse en el túnel con las pantallas de sus teléfonos móviles como linternas. Al poco regresaron trayendo a la galga en brazos, tapada con una chaqueta, todavía sangrando con una pata amputada. Atropellada. Muerta. En los cuatro días transcurridos, cuando aún estaba viva y sana, ningún vigilante había acudido a rescatarla, ningún empleado se arriesgó a una sanción por parar el tren. Los convoyes, que se inmovilizan cuando caen a las vías unas llaves o un teléfono para que el personal baje a buscarlos, los conductores que si hay huelga ignoran los servicios mínimos cuando conviene al sindicato correspondiente, no pudieron detenerse unos minutos para rescatar a la galga extraviada. Habrían sido sancionados, claro. Paralizar el tráfico suburbano por una perra, nada menos. Y eso, en un Madrid donde no falta día sin que una concentración ciclista, cabalgata, procesión, verbena, manifestación autorizada o ilegal, paralice impunemente la ciudad, corte el tráfico, bloquee autobuses o taxis y causa atascos monstruosos mientras la autoridad competente, vía sufridos policías municipales, se limita a encogerse de hombros cuando le preguntas cómo carajo llegar al trabajo o a tu casa.
Y, bueno. Me cuentan que las asociaciones de defensa animal se han querellado contra los responsables del Metro de Madrid por omisión de socorro, maltrato animal o como se califique ese puerco asunto. Así que desde aquí ofrezco mi firma. Espero que retuerzan el pescuezo a esos tipos. Y tipas. Ojalá, en memoria de aquella pobre perra asustada, les saquen a todos las entrañas.
Han tenido la "cortesia" de contestarme. Una sarta de mentiras, entre otras cosas, como lo de ralentizar la velocidad de los metros.
Osease que pueden suspender y cerrar el tráfico de las estaciones para que la gente no se acerque a Genova a protestar pero no pueden hacer lo mismo por una pobre perra.
Os copio lo que me han contestado y una carta de Perez Reverte, para quien, aún, no la haya leido.
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Madrid, 3 de Febrero de 2013.
Estimado/a Señor/a:
En relación a su reclamación sobre el perro que apareció en nuestras instalaciones, le comunicamos que desde que Metro de Madrid tuvo conocimiento del hecho, intentó rescatar con todos los medios a su alcance al animal para que no sufriera daño alguno.
Para ello, se ralentizó la velocidad de los trenes en algunos tramos de la línea 6, se llamó al servicio de recogida de animales del Ayuntamiento y a la policía.
Además, personal autorizado de Metro de Madrid, así como una protectora de animales, bajaron a las vías con intención de localizarle y proceder a su rescate.
Lamentablemente, los intentos anteriormente descritos no fueron suficientes ya que el sábado apareció sin vida.
Una vez más queremos señalar que la intención de Metro de Madrid desde el primer momento fue el rescate, sintiendo la citada pérdida.
Sin otro particular, reciba un cordial saludo.
ATENCIÓN AL CLIENTE,
METRO DE MADRID, S.A.

Uploaded with ImageShack.us
Arturo Pérez-Reverte
“ERA SÓLO UNA PERRA”
(Mañana domingo en “XL Semanal”, suplemento de decenas de diarios)
Era sólo una perra. Una galga flaca y asustada, como las que ahorcan algunos cazadores cuando ya son viejas e inútiles, con tal de ahorrarse un cartucho. Cuatro días estuvo correteando por los túneles del Metro de Madrid sin encontrar la salida. La vieron conductores, vigilantes y viajeros. Fue grabada en video corriendo despavorida por las vías, de túnel en túnel, huyendo de los trenes que pasaban a toda velocidad. Cuatro días de oscuridad, aturdimiento, soledad y angustia. De miedo atroz. Anoche vi uno de esos videos en Internet y me levanté de la silla con una desolación y una mala leche insoportables. Por esto tecleo estas líneas, ahora. Para desahogar mi tristeza y mi frustración. Mi rabia. Para ciscarme por escrito en los responsables del Metro de Madrid y en la puta que los parió.
La galga abandonada fue vista un jueves vagando por los túneles. Corría aterrada por el estruendo de los trenes, esquivándolos en la oscuridad. Al comprobar que el personal del Metro no hacía nada para rescatarla, algunos viajeros avisaron a asociaciones de protección animal, que pidieron permiso para actuar. Ya ocurrió algo semejante en Barcelona, cuando para salvar a un perro perdido en el Metro se detuvo el servicio tres horas, en un rescate en el que participaron bomberos, guardias urbanos y empleados de la perrera municipal. En Madrid, sin embargo, los responsables del transporte subterráneo se negaron a intervenir. Sólo dieron largas: se ocupaban de ello, la galga se la habían llevado a una protectora de animales, ya no estaba estaba en las vías, etcétera. Enrocada con su estúpida indiferencia, la empresa municipal rechazó todas las propuestas: jaulas trampa puestas en los huecos de los túneles o los andenes, unos minutos de parada de trenes para actuar con escopeta de dardos narcóticos. Nada de nada. Nosotros nos ocupamos, repetían. Y punto.
Pero mentían. Nadie se ocupaba de nada. La perra entró en los túneles un miércoles. Dos días después, al ser vista entre las estaciones de Sainz de Baranda e Ibiza –corría asustada bajo el andén, huyendo del tren que venía detrás-, seis asociaciones de defensa animal pidieron al Metro permiso para bajar a las vías y rescatarla. La empresa negó el permiso. El sábado a las 7 de la tarde en la estación de Sáinz de Baranda, un conductor dijo que había visto al animal tirado junto a la vía, en el túnel, a ciento cincuenta metros del andén. Rogaron los activistas que alguien bajara a la vía para ver si la perra seguía con vida, pero se les negó. Pidieron que se detuvieran los trenes durante unos minutos para proceder ellos mismos al rescate, y también se les negó. Mientras tanto, el andén se llenó de vigilantes, encargados de controlar a los miembros de las asociaciones protectoras. `Vaya follón –oí decir a uno en el vídeo de Internet- va a montar el puto perro.”
Hartas de aquello, dos mujeres, Irene Mollá, de la asociación Más Vida, y Matilde Cubillo, de Justicia Animal, decidieron echarle ovarios. Mediaban 18 minutos entre el paso de cada tren, así que saltaron a las vías desoyendo las órdenes del jefe de Seguridad del Metro, para internarse en el túnel con las pantallas de sus teléfonos móviles como linternas. Al poco regresaron trayendo a la galga en brazos, tapada con una chaqueta, todavía sangrando con una pata amputada. Atropellada. Muerta. En los cuatro días transcurridos, cuando aún estaba viva y sana, ningún vigilante había acudido a rescatarla, ningún empleado se arriesgó a una sanción por parar el tren. Los convoyes, que se inmovilizan cuando caen a las vías unas llaves o un teléfono para que el personal baje a buscarlos, los conductores que si hay huelga ignoran los servicios mínimos cuando conviene al sindicato correspondiente, no pudieron detenerse unos minutos para rescatar a la galga extraviada. Habrían sido sancionados, claro. Paralizar el tráfico suburbano por una perra, nada menos. Y eso, en un Madrid donde no falta día sin que una concentración ciclista, cabalgata, procesión, verbena, manifestación autorizada o ilegal, paralice impunemente la ciudad, corte el tráfico, bloquee autobuses o taxis y causa atascos monstruosos mientras la autoridad competente, vía sufridos policías municipales, se limita a encogerse de hombros cuando le preguntas cómo carajo llegar al trabajo o a tu casa.
Y, bueno. Me cuentan que las asociaciones de defensa animal se han querellado contra los responsables del Metro de Madrid por omisión de socorro, maltrato animal o como se califique ese puerco asunto. Así que desde aquí ofrezco mi firma. Espero que retuerzan el pescuezo a esos tipos. Y tipas. Ojalá, en memoria de aquella pobre perra asustada, les saquen a todos las entrañas.