Son muchos de ustedes los que me han escrito pidiéndome que amplíe conceptos como la jerarquización, “el feudalismo” o simplemente la relación que debe existir entre la especie de Truco y la nuestra. Tantos mails he recibido en este sentido, que he decidido publicar un libro en el que el principal protagonista sea el bondadoso dueño de un perro normal como el suyo.
El libro en cuestión se llama La Etología del Perro – Cómo entender su comportamiento (Nota del Webmaster: Agotado desde hace algunos años).
De momento, atendiendo a sus peticiones, y rompiendo el orden ontológico que hasta ahora seguía, trataré por medio de este artículo ahondar en el tema que ya esbocé en otros artículos de esta serie.
Estoy seguro de que el lector, sobre todo si convive con más de un perro, habrá observado frecuentemente como hay uno de ellos que siempre obtiene lo que quiere de los demás. Come el primero, se lleva siempre el juguete, acosa a las hembras, muerde a los machos jóvenes y ocupa el mejor sitio del territorio. Se porta como un antiguo señor feudal y exige incluso, hasta el “derecho de pernada”.
Suele ser el más grande, fuerte y antiguo en el territorio, hace enfadar a los dueños de los demás especímenes del grupo y casi nunca es entendido, en su proceder, por sus propios amos, a menos que estos sean expertos en comportamiento animal.
Las corrientes filosóficas, teológicas y educacionales de las sociedades desarrolladas, tienden a erradicar las tendencias al abuso de poder de los más fuertes. A nuestros hijos, les enseñamos a no pelear por ostentar el título de líder en el colegio o pandilla.
Tratamos de que nuestras hijas sean iguales, en sus derechos, a los hombres y que, por supuesto, nadie someta por la fuerza al individuo más débil. ¿Por qué debemos, entonces, convivir con un perro que tiende a hacer exactamente lo contrario?
Evidentemente, nosotros no podemos cambiar su forma de solucionar los problemas que se le plantean de supervivencia y reproducción…. ¡Ni somos quién para hacerlo!
Esos problemas los resuelve el Perro, como especie, dentro de su territorio y en un sistema jerárquico que, en Etología, llamamos “sistema feudal”. Este sistema, aún hoy, sigue consiguiendo elevar su tasa de aptitud individual y eso, ni más ni menos, es la Selección Natural o la supervivencia del más apto. Así están estructuradas las manadas de cánidos libres, así seguirán y de esta forma vive el padre de todos, el Lobo.
No nos queda más remedio que aceptar la convivencia, con nuestro amigo, respetando su sistema de vida y ejerciendo, nosotros mismos, como rey del señor feudal. Si no lo hacemos, nuestro perro se encargará de hacernos pasar de reyes a plebeyos y convertirnos, en pocos meses, en otro siervo de su feudo.
Para entender correctamente los patrones de conducta de Truco, necesitamos aceptar que mantiene los heredados de su antepasado común y además, saber como funciona este sistema jerárquico.
Se supone que el primer pariente de los cánidos apareció en el Plioceno, hace aproximadamente diez millones de años. Realmente no nos podemos imaginar como era pero, sus descendientes dieron nacimiento, hace “tan solo” unos dieciséis mil años, al Canis familiaris.
Muchas teorías avaladas por prestigiosos autores, reconocen al Perro como descendiente del Chacal, Lobo o Coyote. Lejos nos quedan las románticas y atractivas teorías de Lorenz sobre los orígenes de nuestros actuales perros domésticos.
En su libro Cuando el hombre encontró al Perro, marca una clara diferencia entre las razas de ascendiente lobo (Pastor Alemán, Dóberman o Boyero) y las de ascendiente Chacal dorado (Collie, Dálmata, Caniche o Labrador).
De las antiguas especulaciones hay una que nos ofrece mas atractivo y credibilidad a los que nos dedicamos a la conducta con prioridad sobre la morfología, y es que el lobo muestra un espíritu gregario más acusado que el de los demás cánidos y, en especial, que el del chacal.
Así, el lobo es fiel a su jefe de manada y, en él, están muy presentes la jerarquía de grupo, las tácticas venatorias y la convivialidad en la alimentación. Su comportamiento social lo acercan más a nuestro Canis familiaris que el del chacal, tímido, arisco y solitario.
Hoy día, la mayor parte de los autores, están de acuerdo en que todas las razas del Perro proceden del Lobo (Canis lupus). Ambas especies son casi iguales y la secuencia del ADN mitocondrial son iguales en 99,8% mientras que la del Lobo y el Coyote (Canis latrans) solo coinciden en un 96%.
Realmente este es un argumento de peso que nos hace descartar los demás, pero siempre dejando una puerta abierta a los románticos estudiosos de la filogenia canina.
Es, por todo lo expuesto, que partiremos siempre de la conducta y morfología del Lobo como especie precursora de nuestros actuales perros.
Una vez aceptado el hecho de que nuestro simpático “chucho”, procede del Lobo, veamos como se estructura su sociedad.
El concepto de jerarquía implica un escalafón entre los miembros de una manada o grupo. Los perros forman grupos estables y duraderos al igual que las manadas de lobos en libertad.
El mando absoluto lo ostenta un macho que normalmente es el que más batallas ha librado y mejores resultados ha obtenido. Lo secunda una hembra, subordinada al macho, pero que ostenta el segundo grado en el escalafón, es decir, en el caso de los lobos, solo puede ser montada por el Dominante.
Después de estos dos “patriarcas”, la jerarquía se completa con los machos y hembras subordinados quienes al paso del tiempo, se convertirán a su vez, en Dominantes, bien por la disputa y victoria sobre el Jefe o por la muerte de este.
En psicología experimental se suele llamar Alfa al individuo de mayor rango y Beta al subordinado. El concepto de dominancia implica una relación asimétrica, entre dos individuos, que se manifiesta en dos niveles de interacción. El beta recibe la mayor parte de las comunicaciones agonísticas y agresiones que se producen entre los dos.
También cuando se disputa una fuente de recurso es el alfa el que la consigue, en la mayoría de las ocasiones.
Una vez establecidas las relaciones de jerarquía, la agresividad deja de estar presente en casi todos sus actos sociales. El estrés es más frecuente en los individuos de menor rango, sometidos casi siempre a un continuo “debate” por un aumento de puesto en el escalafón. Por el contrario, en los dominantes, el nivel de estrés crónico disminuye como consecuencia de la falta de agresiones que sufren por parte de los subordinados.
Para mantener estas relaciones, sin necesidad de enfrentamientos directos y constantes, el perro ha desarrollado todo un lenguaje corporal que establece claramente “quién manda” en las interacciones cotidianas. El beta demostrará sumisión cuando se encuentre en peligro de agresión y el alfa tranquilizará al resto de la manada, con su presencia aplomada y tranquila.
Si ya entendemos su sistema de vida, ahora cabe preguntarse cuál es nuestro sitio en esa manada. La mayor parte de los dueños de perros solo tienen uno y, en este caso, la manada solo tiene dos miembros pero, ya es una manada.
Si a eso sumamos los demás miembros de la familia humana, el grupo se amplia y el perro no jerarquizado tratará, en mayor o menor grado, de erigirse como señor feudal. ¿Por qué? Simplemente porque él no conoce otra forma de vida y, en este caso, no hay mas perros a los que someter.
Desde tiempos ancestrales, el perro ha tratado de “adaptarse” al hombre en todos los conceptos que rodean su contexto. Así, ha adquirido una riqueza fónica superior a la del lobo, utiliza el nicho trófico del humano (se alimenta de lo mismo que él) e incluso, ha cambiado su morfología para acompañar a su amigo en el viaje de los tiempos.
Lo que nunca podrá evitar es el tratar de intercalarse en una jerarquía de grupo totalmente necesaria para su propia supervivencia. Si en sus relaciones con el hombre no tiene claro cual es la especie dominante, ambos tendrán serios problemas de adaptación mutua.
El adiestrador, guía o solamente dueño, debe convencer a su perro de que él es espécimen dominante de la manada. Como por otro lado, nosotros los hombres, poseemos algo que al perro le falta (una inteligencia cuantitativamente superior), la tarea es bastante fácil.
En términos generales podemos decir que lo “único” que debemos hacer es intercalarnos en su escalafón y colocarnos en el primer lugar. Esta actuación nos obliga, como buenos dominantes, a:
- Premiar cualquier conducta adecuada
- Castigar la desobediencia
- Suministrarle el recurso
- Mantener, en lo posible, su éxito reproductor
- No brutalizarlo (excepto en caso de disputas de rango)
Un perro arropado por su líder debe tener satisfechas todas sus necesidades, pero también debe saber cuando ladrar o callarse en su presencia, morder o dejar que lo “haga” su Alfa, acercarse a una hembra o “mirar” la expresión de su jefe… En definitiva, nosotros debemos portarnos con él como perros y él, como perro subordinado.
El concepto de castigo o brutalización debe ser analizado concienzudamente antes de decidirse a aplicarlo. Los perros no sienten el dolor como nosotros, es decir, sus manifestaciones no son las mismas. Si bien es cierto que la concepción de dolor implica las mismas terminaciones nerviosas que en el hombre, su umbral de percepción es muy distinto al nuestro. Incluso entre las razas o entre individuos, varía de una forma ostensible.
Jamás preconizaré el maltrato indiscriminado de cualquier animal y menos aún el de un “animal amigo” pero, en la naturaleza, el castigo forma parte de la evolución y entre los humanos también. Todos hemos recibido algún cachete paterno del que sacar enseñanzas “adaptativas”. ¿Que niño no ha sido “castigado” por el dominante del colegio? ¿Cuantas veces hemos sido sancionados moralmente por una actuación desafortunada? ¿Cuantas veces no hemos aprendido de nuestros propios errores a fuerza de infortunios?
Aún así, en la naturaleza no existe la brutalización como nosotros la entendemos. Existe la “comunicación de farol” o el duelo hasta las últimas consecuencias. El juego de la vida o la muerte impera entre las especies pero en la del perro, existe la inhibición del acto final como mecanismo protector del individuo. Entre los leones es normal el infanticidio, tan normal como la adopción o el efecto “guardería”. En los pájaros, el miembro de la pareja que puede “abandona” y entre los leones marinos, el ritual de cortejo acaba en sangrientos combates. Todo eso lo “entiende” Truco, pero pienso que no es mejor dueño el que más fuerte pega si no el que mejor corrige.
Antes de terminar este artículo quiero hacerle, a usted lector, dos consideraciones que puede utilizar como consejo:
- No trate de hacerle ver a Truco que usted es otro perro. Sería como insultar su inteligencia. Convénzalo de que usted, pertenece a una especie mucho más evolucionada que la suya.
- A veces me preguntan por qué trato a los perros como si todavía fuesen una especie libre. Yo le aseguro que si usted suelta unos ejemplares en el monte, al cabo de muy poco tiempo, volverán a ser lo que fueron hace millones de años y es que hay algo de lo que no pueden desprenderse; de su propia filogenia.