La raza Bullmastiff procede -oficialmente- de Inglaterra, y fue desarrollada a lo largo de los siglos XVIII y XIX para satisfacer las necesidades de los Guardabosques de los grandes cotos de caza de los nobles británicos, que a diario tenían que enfrentarse a los furtivos sin escrúpulos que a la desesperada, salían a cazar grandes piezas con las que alimentar a sus familias, en una sociedad en la que las diferencias entre pobres y ricos eran abismales.
En aquella época abundaban los perros de gran talla y peso, conocidos como Mastiff, de los que -según los expertos- desciende esta raza. Pero lo cierto es que esos perros, por su tamaño y envergadura no eran lo suficientemente ágiles como para cubrir las enormes extensiones de terreno. De ahí que los guardabosques comenzaran a realizar cruces selectivos con otros canes, de tipo Bulldog y Bloodhound, con la intención de “crear” unos animales de menos alzada y por ende más movilidad, y también con mejor olfato.
Sin embargo hay un dato que no hemos de olvidar, cuando hacemos este breve recorrido por los orígenes del Bullmastiff, y es que en la Península Ibérica, en esa misma época -e incluso mucho antes-, abundaban perros de características muy similares a las de la raza tal cual la conocemos hoy… eran los llamados “Perros de Toros”, conocidos por su valentía, su fortaleza y su resistencia.
“Perros de Toros” que fueron descriptos por distintos autores desde el siglo XV, y que más adelante serían también inmortalizados por el grabado y la pintura, de la mano de los artistas españoles más reputados.
Buena prueba de ello son los grabados de la Colección de “Tauromaquia” de Goya, fechados muy a principios de 1800, y también el excepcional óleo de grandes dimensiones del pintor de la Academia de Roma, Manuel Castellano, que se exhibe en el Casón del Buen Retiro en el Museo del Prado (Madrid), y que se titula “Patio de Caballos de la antigua Plaza de Madrid, antes de la corrida”.
En su ángulo inferior izquierdo aparecen con todo detalle dos enormes perros con los característicos dogales de pinchos, uno leonado rojo y otro atigrado oscuro, que en absoluto difieren de los Bullmastiffs actuales, si exceptuamos el hecho de que los protagonistas de ese impresionante cuadro llevan recortadas las orejas en su base; por lo demás podrían pasar perfectamente por dos Bullmastiffs del siglo XXI, perfectamente acordes con el estándar al uso.
Un dato curioso respecto de este cuadro es que su autor retrató en él a varios de los toreros más notables de aquél momento (Chiclanero, Chola, Cúchares, Montes y Regatero, entre otros) y al propio Marraci, uno de los más grandes aficionados y conocedores del Arte de la Lidia en Madrid en aquellos momentos, y por lo que no cabe dudar que los perros que aparecen en el cuadro en cuestión, han tenido que ser igualmente tomados de la realidad. Y esto es especialmente importante para los aficionados al Bullmastiff, por cuanto refrenda lo que muchos ya sospechábamos… que quizás el verdadero antepasado del Bullmastiff moderno, más que inglés es puramente español. Sin embargo -y desgraciadamente-, cuando en España se prohibió el uso de perros en las corridas de toros, los miles de animales que estaban entonces perfectamente censados, fueron sacrificados al no encontrárseles otro uso, desapareciendo así el que podría haber constituido el “eslabón perdido” entre los “Perros de Toros” de la Península Ibérica y los Bullmastiff modernos.
Sea como fuere, lo cierto es que si comparamos a los dos ejemplares que protagonizan el cuadro de Castellanos (fechado a mediados del siglo XIX) con esos otros perros que los ingleses reclaman como los precursores de la raza, indudablemente tendremos que admitir que los primeros guardan una mucho mayor similitud con los perros de hoy, frente a esos otros que los británicos reclaman como los autenticamente “originales”.
Principales características
Cuando hablamos de Bullmastiffs hablamos de perros de gran tamaño y volumen, que vienen a pesar, de adultos, unos 60-65 kilos en el caso de los machos y unos 45-50 kilos las hembras y que tienen una altura a la cruz de entre 66 y 70 cm y 61-66 cm, respectivamente.
No obstante, lo que más nos llama la atención es –siempre— su extraordinaria cabeza, compacta, cuadrada, enorme, adornada por un ancho y también cuadrado morro negro y que se apoya en un cuello potente, que a su vez se asienta sobre un pecho ancho e igualmente potente. Todo ello nos habla de la extraordinaria fuerza de este animal.
También un cuerpo de aspecto relativamente cuadrado, asimismo muy compacto y unas patas anteriores fornidas, potentes, paralelas entre sí y otras, las posteriores, de fuerte pierna y angulaciones moderadas que terminan con unos pies fuertes y redondos (pie de gato). La cola es relativamente larga pues alcanza el corvejón, muy ancha en su base aunque luego se estrecha algo hacia la punta; una cola que le sirve de timón para controlar los movimientos y el empuje de todo el cuerpo cuando se ve en la necesidad de apoyarse
sobre el cuarto posterior y abalanzarse sobre su enemigo, para derribarlo e inmovilizarlo.
Su carácter
Mientras en España y Portugal desaparecían los “Perros de Toros”, en Gran Bretaña los guardabosques buscaban un perro polivalente y capaz de realizar su trabajo de forma impecable, siguiendo durante horas e incluso días el rastro de los cazadores furtivos y sus perros (los enrabietados y muy agresivos “lurcher”, que se cree podrían estar en el origen de los actuales Pit Bull), sin hacer ningún ruido para no darse a conocer; perro que tenía que ser sumamente resistente y capaz de desenvolverse en terrenos difíciles y bajo todas las condiciones climáticas posibles. Y no sólo eso sino que pudieran acechar, localizar, derribar e inmovilizar al objetivo, resistiendo los ataques enfurecidos de los pequeños “lurcher” que en gran número acompañaban a los ladrones.
Con todo esto en mente, los guardabosques tuvieron claro, desde un principio, que esos perros tenían que ser especialmente fieles, fáciles de educar y de controlar, dóciles con el amo, obedientes, inteligentes, y al propio tiempo no excesivamente agresivos, aunque sí muy perseverantes, puesto que de lo que se trataba es que persiguieran y acorralaran a los ladrones, pero en ningún caso les dañaran con la boca, toda vez los hubieran derribado e inmovilizado y mientras sus amos los esposaban para remitirlos a las Autoridades.
Todo lo anterior nos sirve sin duda para comprender por qué hoy en día, y desde su pleno reconocimiento oficial como Raza, que tuvo lugar en el año 1924 en Gran Bretaña, el Bullmastiff es un animal que se ha incorporado plenamente a la vida de familia resultando muy hogareño y especialmente tranquilo, además de sumamente cariñoso con los más pequeños de la casa.
Porque si algo le define y le caracteriza es precisamente el hecho de que se trate de un animal discreto, afable, que adora sentirse mimado e integrado como uno más de la casa y que si bien en su convivencia diaria apenas lo demuestra (es discreto hasta para eso), tiene un finísimo sentido de la propiedad y de la discriminación que le convierten en un guardián excepcional e instintivo, si las circunstancias lo requieren, aunque raramente haga alarde de ello si no es realmente necesario.
De hecho, al contrario que la gran mayoría de los llamados “perros molosoides”, el Bullmastiff se caracteriza todavía hoy precisamente por no hacer uso de la boca, cuando se ve en la necesidad de defenderse, si no es en ultimísima instancia. Y de hecho, uno de los mayores fracasos y ridículos lo viven los pseudo-adiestradores, que nada saben de la raza ni de sus peculiaridades, cuando intentan provocar un ataque y forzar a un Bullmastiff a entrar a la manga.
Los Bullmastiff perfectamente equilibrados reaccionan de una forma muy curiosa ante esta situación; miran al individuo que tienen delante largamente, con un gesto muy particular que podríamos incluso interpretar como de mofa, y luego se apartan y se alejan despectivamente para acabar yendo a orinar en algún árbol o muro cercano. Ni un intento de agresión, ni siquiera un ladrido; solo el desprecio.
Pero esto no significa que en caso de necesidad el Bullmastiff no vaya a saber cómo actuar ni cuando. Nada de eso. Si la situación realmente lo requiere, entonces es un perro capaz de mostrar su más ancestral instinto, sin que previamente haya necesitado adiestramiento alguno; se levantará sobre sus patas traseras, ayudándose con ese timón del que hablábamos antes para mantener el equilibrio, y se abalanzará con todo el empuje posible y toda la fuerza sobre el atacante, derribándolo e inmovilizándolo, tal y como esperaban de él los antiguos Guardabosques. Pero sin hacer sangre. Porque el Bullmastiff perfectamente equilibrado, adecuadamente socializado y correctamente educado, será incluso en esa situación un verdadero Gentleman, como lo fueron sus antepasados.
El Bullmastiff es un animal sano y moderadamente longevo que en condiciones ideales vive sin problemas hasta los 10-12 años. Hay sin embargo algunas líneas de sangre muy concretas y definidas en las que existe una especial predisposición para el Cáncer y los problemas de piel.
Para hacer de él un perro perfectamente sociable y encantador, basta pues con ofrecerle una vida “en familia”, en la que se sienta parte integrante de esa “manada humana”; enseñarle desde cachorro a obedecer y respetar a todos los miembros de la casa y haber elegido –y esto es fundamental— un criador verdaderamente empeñado en preservar y fomentar todas estas particularidades de su carácter; una persona perfectamente responsable que haya sabido ofrecer a toda la camada un óptimo imprinting y una perfecta socialización.
Importante es también que, al contrario de lo que se piensa, el cachorro haya tenido ocasión de permanecer con el resto de la camada y la madre al menos hasta las 10 incluso las 12 semanas, porque hemos de tener en cuenta que esta raza madura más lentamente que la mayoría de sus congéneres y por lo tanto, separarlo de su familia canina a la edad de ocho semanas e incluso a veces antes, constituye un grave error pues crea un desarraigo emocional que más adelante se manifestará en un comportamiento inseguro, algo que no es deseable en ningún perro pero menos aún en ejemplares de la talla, el peso y la envergadura de nuestro protagonista.